Recuerdo con entrañable cariño -cuando ejercía como docente primaria rural en la década del 60 en La Matanza- el descartado tranvía devenido en aula escolar que me había tocado en suerte. Con los alumnos confeccionamos alegres cortinas, pequeños cuadros para decorar las peladas paredes y colocamos floreros por doquier. Cada mañana, al ingresar en nuestra "aula", nos invadía una profunda emoción, como si nuestra experiencia fuera fruto de un cuento de fantasía donde una varita mágica hubiera transformado el polvoriento tranvía en salón escolar.
En el otoño de mi vida, después de haber trajinado como maestra y profesora por modernos y hasta lujosos edificios escolares, ese año ha quedado grabado en mi memoria afectiva. Allí practiqué mi verdadera vocación sarmientina.
Teresa Domínguez de Benedossi
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