sábado, 2 de julio de 2011

NINGUNA HERIDA ES DEMASIADO ANTIGUA

Algunas personas jamás consiguen pensar, ni, por supuesto, expresar: "Mi madre no me amaba" o: "Mi padre no me amaba" o: "Mi madre y mi padre no me amaban" o simplemente: "No soy amado", aun cuando se sientan así. Esta frase se antoja tan te­rrible, tan aniquiladora, que ni siquiera puede expresarse en la intimidad de un diálogo interior. Pero su verdad decisiva se abre camino impertérrita hacia la expresión. El vago conocimiento del propio "no amor" sale a la luz dando intrincados rodeos, ya que a la expresión clara le está vedado el camino más corto. Como personas psicológicamente "liberadas", tal vez explicamos sin inhibiciones que, en nuestra infancia, nos dejaron solos en tal o cual ocasión, que nos sentíamos incomprendidos, que nuestros padres estaban sobrecargados o enfermos, que temían los prin­cipios religiosos estrictos, que nos exigían demasiado, que eran incapaces de reconocer nuestros talentos, etc. De vez en cuando cambian los argumentos con los que explica­mos y deseamos deshacernos de la desazón fundamental que sentimos respecto a nosotros mismos. Nosotros, pobres almas en busca de la liberación, erramos en precario equilibrio de una explicación a otra. Pero la carga energética es más sólida que lo expresado en palabras. En nuestro camino incierto hacia la li­bertad, enturbiamos la verdad llana y simple: "No era amado y sigo sin ser amado". Se trata de una verdad aplicable también a los que son demasiado amados o a los que son mal amados. La falta de amor tiene muchas máscaras. La herida de los no amados es la herida del ser humano.

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